Las máquinas son amarillas, pero… ¿por qué?

Las máquinas son amarillas, pero… ¿por qué?

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12 February, 2024

Dentro de la gran cantidad de marcas de maquinaria que existen hoy en día, hay un gran porcentaje de ellas que aplican el color amarillo en sus equipos. Concretamente, aproximadamente 3 de cada 4 máquinas son de ese color. Es algo que ya hemos interiorizado, tanto las personas que trabajan en el sector como las que están fuera de él. Réplicas, juguetes… siempre están representados con el color amarillo. Pero, ¿por qué?
Caterpillar fue el primer fabricante de maquinaria que utilizó el color amarillo para sus equipos, aunque no siempre utilizaron este color. Por ejemplo, a finales del siglo XX, sus máquinas eran grises, principalmente porque se les daba un uso mayoritariamente militar. Esto no cambió hasta el año 1931, en el que decidieron empezar a utilizar el amarillo para que las máquinas gozaran de mayor visibilidad en las carreteras y zonas de obras. Lo que empezó por una razón de visibilidad, se convirtió en una razón de marketing, ya que este color más llamativo ayudó a que la marca destacara más y fomentar su recuerdo en la mente del público general fue más fácil. En 1979 la marca norteamericana modificó el tono de amarillo para hacerlo más atractivo al público, y lo registró legalmente asociado a su marca.

Razones culturales y psicológicas

Solemos asociar el amarillo a las máquinas de construcción debido a que durante décadas ese fue el color predominante en la industria. Eso hace que haya motivos culturales por los que incluso las excavadoras de juguete son amarillas.
En cuanto a la parte psicológica, el hecho de que tengamos asumido que las máquinas son amarillas, hace que obviemos las que no lo son, lo que se denomina “percepción selectiva”, que se basa en el precepto de que no podemos procesar toda la información que llega simultáneamente, y debemos recurrir a “atajos” o prejuicios para que nuestro cerebro sea capaz de asimilar toda la información que está recibiendo.
Además, tendemos a percibir las cosas de una manera que confirma nuestras experiencias pasadas y nuestras expectativas, al mismo tiempo que ignoramos aquello que las contradicen.